La acción de pensar, la actitud frente al pensamiento, la vita contemplativa que decía San Agustín, ha sido objeto de ensayos, discusiones y teorías desde que el ser humano, precisamente, comenzó a pensar. Pero este campo no es patrimonio exclusivo de la filosofía, el cine también lo ha tratado. No obstante, el cine parte con la ventaja de ser un formato audiovisual, lo que le aporta la capacidad de crear una metáfora tan difícil de entender que uno se cuestiona su propia inteligencia.
Un caso es Mulholland Drive de David Lynch, donde la película en sí se desarrolla en la cabeza de un personaje a modo de metáforas constantes, a veces incomprensibles, que crean en el espectador la duda de si están viendo una película o están leyendo un poema dadaísta. El hijoputismo de Lynch para hacernos ver lo estúpidos que somos al no comprender ciertas partes de su obra es una muestra de pedantería, pero también de genialidad. El espectador piensa, se le encasquilla el cerebro y acaba con el ceño fruncido maldiciendo al director durante el tiempo que duran los créditos porque no se ha enterado de nada.
Sin embargo, Lynch no es el único pedante atrevido que juega de esta manera. En Donnie Darko acabé inundando la habitación de humo, no por mi particular adicción a la viscosa nicotina, sino porque sencillamente mi cerebro implosionó por dentro. Tuve hasta que buscar una explicación en YouTube de la película (¡duraba 12 minutos!) para darle a mis sesos esa calma sosegada que significa entender lo que está viendo. Aún así, no sé si por kamikaze, raro o curioso, siento predilección por este tipo de metrajes y he de decir que han sido muchas las veces en las que en mi cuarto ha olido a cerebro quemado.
Otra vez me sucedió con Holy Motors de Leos Carax. Ya de por sí este director francés tiene la particularidad de ser, más que extraño o incomprensible, excesivamente lírico, pero con una riqueza visual e interpretativa en sus proyectos que le hacen merecedor del reconocimiento que tiene. En esta película suya que menciono podría hablaros de la trama, pero sinceramente me parece anodina. Se entiende relativamente bien la historia, pero es en el sentido de su película, en el mensaje, donde podría incluirme entre las personas de encefalograma plano. Abusa de una interacción sensorial con el espectador que narcotiza sus sentidos y los moldea hasta enfrascarlo en una especie de dimensión paralela en la que la historia se pierde y solo queda la esencia del mensaje. ¿Y cuál es este? Ni puta idea. Por eso me encantó.
En antítesis a estos proyectos, quisiera mencionar Coherence de James Ward Byrkit.Deposité altas expectativas en ella por usar la paradoja del gato de Schrörindger como eje central de la trama. Pero en eso se quedó, nada más. No estoy diciendo que fuera mala, al contrario, para ser la primera película de este director es bastante aceptable, pero me quedé con ganas de más. Con ganas de no enterarme de nada y tener que pensar. Porque al margen del puro entretenimiento que ofrece el cine, hay a veces que también sirve para reflexionar y doblegar tu capacidad intelectual a la obra de un artista que quiere que pienses. Y eso le da un plus al séptimo arte que de por sí justifica su existencia.
Fuentes:
http://www.filmaffinity.com/es/film178603.html